Esta pintura representa La rendición de Breda o también llamada la paz de Las Lanzas que fue pintada por Diego Velázquez en el siglo XVII durante el Barroco. Pertenece a la segunda etapa madrileña en la que sobretodo retrata a la familia real.
Esta pintura al óleo retrata un momento de la guerra que enfrentó a España y a los Países Bajos que intentaban independizarse de la monarquía hispánica. En la lucha los holandeses habían tomado la ciudad de Breda que fue recuperada para España por las tropas del general Ambrosio Spínola. El cuadro recoge exactamente el momento en que Justino de Nassau, por parte de los Países Bajos, entrega las llaves de la ciudad de Breda a Ambrosio Spínola. Esta es una característica del Barroco, captar en sus obras los instantes exactos en los que suceden.
La composición es muy equilibrada, vencedor y vencido se colocan en el centro en el mismo plano recibiendo la mayor iluminación. Cuando el vencido quiere arrodillarse Spínola se lo impide mostrando así su respeto. La llave es símbolo de la rendición y ocupa el centro, con su color negro resalta sobre el fondo. Alrededor de estos personajes se disponen las tropas de ambos. Las españolas a la derecha donde se ven las lanzas que dan sobrenombre a este cuadro. A la izquierda se ve la ciudad de Breda. Velázquez logra que el espectador se involucre en el cuadro de dos maneras: pinta a algunos personajes de espalda como está el espectador mientras otros miran fijamente. El personaje que está a la derecha del caballo en primer plano es el propio Velázquez. El caballo esta vuelto presentándose así en escorzo.
En este cuadro destaca el contraste en el uso de colores fríos y claros. Fue realizado para el Salón de Reinos del palacio del Buen Retiro. La estancia se adornaba con doce cuadros que narraban victorias de los ejércitos de Felipe IV. Destaca por su composición equilibrada y perfección técnica. Velázquez tenía por costumbre retocar y perfeccionar sus cuadros continuamente si no quedaba satisfecho de ellos, siempre veía algo que podía mejorarse (los arrepentimientos).
El realismo es total, se pueden apreciar incluso las texturas diferentes de los tejidos: lana, bordados, gasa, seda, ante, etc. Velázquez se recrea en la representación de los personajes y los estudia psicológicamente, convirtiendo esta obra en una galería de retratos. Si nos fijamos, veremos a los españoles más contentos que los holandeses, no en vano son los victoriosos y llevan enormes patillas y gruesos bigotes. El paisaje del fondo es plano y brumoso como corresponde a esa zona, aunque sabemos que Velázquez nunca estuvo en Holanda.
Se aprecia su técnica de la perspectiva aérea, la que utiliza para dar profundidad a partir de la plasmación de la atmósfera, lo que logra mediante el color y la luz ya que objetos se ven más pálidos y nebulosos a medida que están en mayor distancia. Esto se aprecia en la ciudad de Breda que se ve a lo lejos y en su paisaje se ve todo mas difuminado, fantasmagórico recordando a los paisajes de la Gioconda o la Virgen de las Rocas de Leonardo Da Vinci.
Velázquez, como buen pintor barroco, gusta de la composición abigarrada, el naturalismo en lo representado (incluyendo lo feo y macabro, pero tratado delicadamente), las posturas sinuosas y los fuertes contrastes de color y de luces y sombras. La curva está siempre presente como puede verse en el caballo (visto desde atrás y girando), los pliegues de vestidos, botas y foulard, cabellos, sombreros, etc.
Las superficies brillan a veces como el caso de los cuartos traseros del caballo que parece estar recién cepillado, o la camisa blanquísima del holandés que habla con un compañero y cuyo caballo parece escuchar interesado la conversación.
Entre el primer plano (los combatientes y sus líderes) y el fondo (paisaje) encuentras un plano intermedio (tras la llave) donde aprecias tropas, armas y estandartes reflejados en tonos pastel claro para contrastar con la famosa llave. Por si fuera poco, los soldados de este plano intermedio están bañados por un chorro de luz muy efectista.
Para que nos sintamos en cierto modo partícipes del cuadro, Velázquez recurre a dos trucos : colocar personajes de espalda (como estamos nosotros) y otros que nos miran fijamente, lo que nos hace sentir dentro de la acción. El personaje situado en el borde derecho, joven y elegante es el propio Velázquez que se ha autorretratado con un gracioso bigote y una pose estudiada.
Como en muchos cuadros originales, aquí observamos arrepentimientos (el pintor rectifica lo que desea pintando encima, pero como el óleo se oxida con el tiempo, pierde densidad y aparece debajo lo supuestamente borrado) Se puede comprobar mirando el sombrero del español de la primera lanza de la izquierda. Velázquez juega con la luz y hace que resalte lo que le interesa, rostros, manos, tejidos, contraponiéndola acusadamente con zonas de sombra y en ese contraste se puede notar la viveza y fuerza de la escena.
Para subrayar la lejanía, utiliza varios procedimientos: punto de vista alto (vemos mucho paisaje) y difuminado del paisaje del fondo (al igual que en la realidad, cuando miramos montañas lejanas, no las vemos nítidas, sino con sus contornos borrosos).
Existe un esquema compositivo estructurado en dos diagonales imaginarias que van desde el caballo holandés al español la primera y la segunda desde las lanzas al holandés de abrigo de ante claro.
Actualmente se encuentra en el museo del Prado en Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario