La catedral de Santa María de las Flores, es una de las obras maestras del arte gótico y del primer Renacimiento italiano, situada en Florencia, es notable por su cúpula.
Esta iglesia, iniciada por el arquitecto gótico Arnolfo di Cambio en 1296, una vez que muere Di Cambio en 1302, se produjo una interrupción en el proceso constructivo de, aproximadamente, 30 años, de tal manera que en 1331 las obras se reanudaron con Giotto. En líneas generales, este edificio se ajustaba bastante bien a las características de la arquitectura gótica italiana, espaciosa y muy luminosa.
En el concurso de 1418 para la cúpula de la catedral participó también Ghiberti, pero el ganador fue Brunelleschi. La cúpula se concluyó en 1471 con Brunelleschi aunque él no pudo verla terminada, puesto que murió antes.
El problema de cubrir aquel amplio espacio con una gran cúpula o cimborrio se planteaba fundamentalmente en torno a la necesidad de construir una gran cimbra y los andamiajes, lo que suponía un elevado coste.
Se trata de una cúpula de dimensiones colosales, 42 m. de altura, apuntada o parabólica al exterior (no podía desentonar con el resto de la catedral gótica) y rematada por una gran linterna, proyectó la doble cúpula no sólo por razones técnicas que exigía la mecánica de fuerzas, sino por una específica razón formal. Es decir, que la finalidad de la doble cúpula es la de diferenciar sus proporciones según se trate de los espacios vacíos del interior o de los volúmenes plenos, de la distribución de las masas, en el exterior.
En el exterior de la cúpula es posible ver ocho nervios, a los que han de sumarse otros dos en cada uno de los paños que permanecen ocultos. Para su construcción se utilizaron ladrillos huecos dispuestos en opus spicatum, un aparejo empleado ya por los romanos que recibe esta denominación porque la manera en que se colocan los ladrillos recuerda a las espinas de un pescado. Este conjunto está culminado por una linterna por la que penetra una luz blanca, limpia, que nos remite más al Panteón de Roma que a la luz de los edificios góticos, coloreada e irreal. De la misma manera, la concepción del espacio, la tendencia a la centralización que queda perfectamente expresada
El tambor está revestido en el exterior por placas de mármol (blanco, verde y rosado), dispuestas en bandas, como era costumbre en la arquitectura medieval italiana, que acentúan la sensación de horizontalidad contrastando con la verticalidad de la cúpula. La linterna, con sus 16 metros de altura y un peso aproximado del 10% de total de la cúpula, es una pieza clave en el conjunto arquitectónico. Hasta aquel momento las linternas eran pequeñas o inexistentes.
Como ya hemos dicho, la cúpula se levanta sobre un cimborrio octogonal y subdivide su peso, para dar menos empuje, con una cúpula interior más baja y una cúpula externa que, peraltándose en arco apuntado, sirve de contrafuerte a la cúpula interior.
La idea de las dos cúpulas permite, por otra parte, dejar un espacio libre entre ambas, con lo que se resuelve asimismo el problema de la accesibilidad a la parte alta de la construcción y al trasdós de la cúpula interior.
Introdujo también el sistema de construirla sin cimbras: la cúpula no se podía levantar con los medios técnicos disponibles (ya no se sabían construir cimbras tan grandes). Brunelleschi hubiese podido intentar recuperar la técnica olvidada, utilizada en el Trecento, pero optó por inventar una nueva técnica, pero no para construir cimbras sino para autosostener la cúpula durante su construcción: la cúpula se iba cerrando a medida que iba subiendo.
La cúpula superaba en altura y destacaba del resto de las edificaciones de la ciudad de Florencia. Dominaba la perspectiva y jerarquizaba el espacio urbano. Era el símbolo del orgullo de esta ciudad-estado, la más prestigiosa del siglo XV. La cúpula tendrá un enorme éxito y será muy imitada durante el Renacimiento, dentro y fuera de Italia. Miguel Ángel se inspiró en ella para su cúpula del Vaticano. Posteriormente, tanto en Europa como en América, se realizarán otras cúpulas siguiendo el modelo de Brunelleschi.
María José Alcaraz García, 2º A, Bch
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